2/21/2006

DESDE CARACAS UN EXCELENTE ARTICULO

Revolución chavista y corrupción

Manuel Malaver domingo, 19 febrero 2006

Es inobjetable afirmar que si los 2.600 millones de bolívares que se embolsillaron un grupo de civiles y militares responsables de la construcción de un complejo agroindustrial y azucarero en el Estado Barinas son apenas una ínfima parte de la cantidad “distraída” a 3 presupuestos anuales que alcanzaron los 530.500 millones de bolívares, esta última cifra es una cantidad micronésima comparada con el atraco perpetrado por los revolucionarios contra el erario público durante los 7 años del autoritarismo chavista.
“Extravíos” que pueden calcularse razonablemente en cientos de miles de millones de dólares, puesto que comenzaron aun antes de que se iniciara el gobierno (recuérdese el caso del millón de dólares entregados por el BBVA al comando electoral chavista que nunca llegó a su destino), afectan a entes públicos y privados y campean a sus anchas sobre los ingentes recursos provenientes del alza de los precios del petróleo que sacude la economía mundial desde hace 4 años.
Y ejecutados con la premeditación, alevosía e impunidad que suministran los gobiernos autoritarios, militaristas y centralistas, reforzadas en el caso venezolano con la variante revolucionaria y socialista que “autoriza” a los “amigos del pueblo” a no andarse con remilgos legales a la hora de unos dólares más, unos dólares menos, procediendo sin complejos a amasar enromes fortunas que se dilapidan con la misma rapidez y falta de ética con que se adquieren.
Y de las cuales se sabría muy poco si Chávez no se hubiera visto forzado, en respuesta a la necesidad de camuflar su dictadura con argucias seudodemocráticas, a coexistir con espacios de ejercicio de la libertad de expresión que han permitido conocer un delito que no conoce límites, medidas, ni tregua en el espacio y en el tiempo.
Que fue el impedimento que no encontraron las dictaduras totalitarias marxistas que asolaron a Europa, Asia, África y América durante el siglo XX, que a la par de pulverizar cualquier vestigio de libertad de expresión, llevaron a cabo una política de tierra arrasada con los recursos de los países que dominaron, al extremo de dejarlos exhaustos y casi sin posibilidades de reconstrucción y recuperación.
Dar una mirada en este momento por la Rusia, China y Europa del Este capitalistas es un libro abierto, un ejemplo viviente en este sentido, con sus economías, infraestructura física y medio ambiente devastados a extremos que el observador avisado no duda en relacionar con la Baja Edad Media.
Una calamidad que la retroizquierda sobreviviente quiere atribuir cazurramente a la reinstauración del capitalismo, siendo que es una sequela o consecuencia de haber pretendido establecer en la tierra la palingenesia del hombre nuevo y la sociedad nueva.
Y es sin duda por todo ello que, si bien Chávez se ha visto obligado a gobernar en la frontera movible de la libertad de expresión, no ha dejado de luchar contra ella, de condenarla, de atacarla, de controlarla, de reducirla, de estrangularla y en espera del día en que, como en los países totalitarios del siglo pasado, una sola voz, un solo periódico, una sola televisora, una sola radio, é mismo, sea el que informe lo que ocurre o no ocurre en el país, lo que piensan o no piensan, tanto quienes lo apoyan, como quienes lo adversan.
De ahí que sea la guerra contra la libertad de expresión, los medios y los comunicadores la única “guerra asimétrica” llevada a cabo por el líder máximo de la revolución mundial en los 7 años que dura su gobierno, con más de 1300 periodistas agredidos por bandas afectas al régimen por el único delito de ejercer sus derechos constitucionales, periódicos, televisoras y radios asaltadas y saqueadas y veintenas de juicios en los tribunales contra reporteros y redactores por decir la verdad.
La Ley Resorte, la introducción en la legislación penal vigente de las leyes de desacato, la instauración de la censura previa y una campaña que encabeza el propio Chávez contra la imparcialidad, objetividad y honestidad de los medios y los comunicadores, son las armas de destrucción masiva en esta conflagración que crea las condiciones “objetivas y subjetivas” para que lo que queda de la libertad de expresión se ejerza bajo las sombras de la censura y la autocensura.
El saldo alcanza ya a decenas de periodistas que salen de un juicio y entran en otro (como es el caso de la colega, Ibéyise Pacheco, que acumula hasta 14 causas en su contra), la persecución hasta obligarlos al exilio de Pablo López Ulacio y Patricia Poleo, el acoso contra Napoleón Bravo, Marta Colomina y Marianela Salazar por atreverse a denunciar las violaciones a los derechos humanos, los atropellos a la Constitución y la corrupción generalizada que se extiende por todos los niveles de la estructura gubernamental.
Y entre tanto, la conversión del erario público en botín al cual se accede de manera franca, tranquila e impune carcome al régimen revolucionario ya casi en fase terminal, siendo imposible establecer en cuales dependencias gubernamentales y cuáles funcionarios no actúan como inquilinos de hecho y derecho de la cueva de Alí Babá.
Bien es cierto que algunas denuncias sobre casos de corrupción no siempre se presentan con indicios y pruebas para verificarlos, pero también lo es que para una administración que quisiera combatir la corrupción bastaría con los signos de riqueza que emergen de la noche a la mañana, la forma como los altos, medianos y pequeños funcionarios colocados en puestos clave se mudan a vivir a la zonas exclusivas de las grandes ciudades, se proveen de flotas de carros de lujo y cambian de look y de estilo para entender que la revolución “bolivariana” no es otra cosa que “un cambio de élite”, como teorizaba el sociólogo italiano, Wilfredo Pareto.
Y todo en circunstancias de que Chávez en sus mitines, ruedas de prensa, “clases magistrales” y cadenas de radio y televisión que pueden alcanzar hasta 5 y 6 horas diarias, prédica la buena nueva de la pobreza como un bien social, como un motor que promueve la humildad, la armonía y el colectivismo y cita el versículo bíblico de que “es más fácil que un camello entre por el hueco de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos”.
Lo increíble es que Chávez mismo es un jefe de estado “revolucionario” cuyos signos de riqueza son inocultables e invaluables, disponiendo de un avión privado para sus cruceros por el mundo que es casi un hotel cinco estrellas flotante, un Airbus que le costó a los venezolanos 80 millones de dólares, tiene plazas para 100 viajeros, y dispone de una cocina donde podrían lucirse con holgura chefs de las exigencias de Joël Robuchon, Alain Ducasse y Sumito Esteves, baño con jacuzzi, Internet y lo último en telefonía móvil y conferencias vía satélite.
Pero agreguemos que en materia de alojamiento el presidente venezolano y líder de la revolución mundial tampoco se anda con complejos y así son famosas sus estadías hasta por una semana y con toda su comitiva en hoteles que pueden costar entre 500 y 1000 dólares la noche. Y todo costeado por el jeque tropical.
De ahí que sea razonable esperar que en muy poco tiempo el magnate petrolero venezolano pase a integrar la lista con “Los 100 billonarios en dólares más forrados del planeta” que cada año trae la revista “Forbes” (gente del tipo de Bill Gates, Warren Buffet, Michael Dell, Larry Ellison, Paul Allen y Carlos Slim), pero no por su habilidad para acumular activos partiendo de la microelectrónica, las finanzas y el entretenimiento, sino por su desmedido “amor a los pobres”, “a los que más sufren y menos tienen”.
Que será sin duda la causa que alegarán los militares y civiles que se alzaron con 2.600 millones de bolívares del presupuesto que debía sufragar los gastos para la construcción del Complejo Agroindustrial y Azucarero, Ezequiel Zamora, el CAAEZ, quien sabe si aplicando el principio, caro a los neoliberales norteamericanos, de que “no existe el almuerzo gratis”.