5/15/2006

Viena o el comienzo del fin del neopopulismo , por Manuel Malaver

Fastidio, indiferencia y mal disimulado desinterés puede decirse que fue el tono de la diplomacia con que se tropezaron Hugo Chávez y Evo Morales en la IV Cumbre de Jefes de Estado y de Gobiernos de América Latina, el Caribe y la Unión Europea que acaba de concluir en Viena.
Y es que debe haber significado un infierno para los presidentes de los países representados en la capital austriaca, el regreso a la cantaleta de las nacionalizaciones, las estatizaciones y las confiscaciones que tanto hicieron para precipitar a la ruina a los pueblos del Tercer Mundo durante el siglo XX.
Presentadas, además, como una novedad por los caudillos populistas de Venezuela y Bolivia y como la panacea para que otra vez los “pobres de la tierra” sigan los cantos de sirena de redentores, salvacionistas y mesías que a la postre terminan construyendo feroces dictaduras que no reportan bienestar, igualdad, democracia, justicia y felicidad.
Y que hablan a nombre de un fracaso, ya que si en verdad aun existiera el bloque comunista, y nadara en medio de la más grande prosperidad y justicia social; si las sobrevivientes Cuba y Corea del Norte pudieran usarse como ejemplos de que “otro mundo es posible”, podría apostarse de nuevo a la fantasmagoría, al espejismo, a la fantasía, pero no en circunstancia de que, como muy bien lo dijo el canciller federal austriaco, Wolfgang Schuessel, anfitrión de la cumbre:
“Siempre existen dos posibilidades en la vida. O se desea abrir los mercados, o no. La elección es vuestra. Pero la realidad es que las sociedades con mercados libres tienen mejor desempeño que las estructuras cerradas y restringidas”.
Verdad incontrastable que revela, tanto que más que una revolución lo que promueven los caudillos es una aberración histórica indigerible en la sociedad global, democrática, plural y competitiva, como que, cansados de contenerlos por la vía del apaciguamiento, los países responsables de los dos continentes decidieron tomar en serio la amenaza ultrapopulista que se disfraza de justicia social y amor por los pobres.
De ahí que por primera vez en un evento de está naturaleza se oyeron voces de jefes de Estado latinoamericanos y europeos denunciando a los dos autócratas excluyentes y esperpénticos por sus nombres y apellidos, enfrentando sus desplantes y amenazas, y poniéndolos en evidencia como desestabilizadores y enemigos de la integración.
Digamos que quien mejor resumió el espíritu antipopulista de la cumbre fue el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, sosteniendo en una reunión con periodistas un abanico de ideas que quedará para la historia:
“El populismo es una amenaza para nuestros valores. Si entendemos el populismo como una simplificación abusiva de problemas complejos, si lo entendemos como una apelación a sentimientos negativos y no a los valores democráticos del Estado de Derecho, es una amenaza”.
Pero del otro lado de la “mar océano” tampoco se anduvieron con medias tintas y fue así como, tanto el presidente de México, Vicente Fox, como el de Perú, Alejandro Toledo -reasumiendo un liderazgo que ya se había hecho notar en la cumbre de Mar de Plata, Argentina- insistieron, el primero, “en el papel disolvente y empobrecedor del neopopulismo” y el segundo “en el rol desestabilizador de la chequera de Chávez”.
Lo más notable en este orden de ideas, sin embargo, fue el papel de beligerantes que asumieron ante las últimas aventuras de la izquierda lunática que también llaman religiosa o borbónica (“ni aprende ni olvida” dice Teodoro Petkoff), los que hasta ahora fueron sus aliados, avalistas y campeones de la política de apaciguamiento, sus excelencias los presidentes de Brasil y Argentina, Luiz Inácio Lula da Silva, y Néstor Kirchner, víctimas en Bolivia de una estatización de los hidrocarburos que no busca otra cosa que confiscarles casi 3000 millones de dólares que es el total de las inversiones de Petrobrás y Repsol y hacerlos más dependientes del suministro de gas altiplánico, como vía de convertirlos en meras marionetas en la estrategia conque Castro, Chávez y Morales quieren refundar la sociedad, crear el hombre nuevo y reconstruir el socialismo.
Peregrinación de dolientes en la cual también tenemos que incluir a otro aliado, avalista y apaciguador, el presidente del gobierno español, José Luís Rodríguez Zapatero, con ojos y cara más destemplados que nunca y como en trance de gritar y llorar ante el fin de una política que buscó usar a los ultrapopulistas como trampolín para la reconquista de las glorias de la izquierda religiosa española en América.
Pero es que por algo sus coterráneos le dicen “Bambi” y tiene como embajador en Caracas, al teórico del apaciguamiento Raúl Morodo, (escribió recientemente que “Chávez era un culpable inocente”), quien también es vegetariano, agnóstico y fanático de la música de Julio Iglesias.
Y a punto de tocar retirada, ahora que una de las joyas de la flota, Repsol, también ha sido “nacionalizada” y está a un tris de ser confiscada por obra y gracia de estos “hermanos” latinoamericanos que en un estilo muy típico de la izquierda excluyente y totalitaria -la que viste ahora trajes de la etnomoda y farfulla lenguas indígenas y afroamericanas- empezó la guerra asimétrica barriendo con los intereses de los “aliados, avalistas y apaciguadores”.
De modo que beligerancia, pero sin estridencias, de los "hermanos" en Viena contra los neopopulistas, sin duda que ante la incertidumbre de lo que sucederá con los 3000 millones de dólares preconfiscados en Bolivia, pero quien sabe si en espera de lo que pueda hacer el “hermano” Hugo para rescatar algo de las inversiones que no son de capitalistas brasileños, argentinos y españoles, sino de contribuyentes de todos los rangos, órdenes y clases que confiaron en la sensatez de sus gobernantes.
Porque no es descartable que dada la ominosa derrota de Viena, los caudillos populistas echen marcha atrás, no en la estatización, sino en la confiscación y la chequera de papá Hugo, que es la misma del abuelo Fidel, salga a pagar una factura que desde luego se le restará a la reparación de tanta necesidad maltrecha por las que padecen los venezolanos.
Y tampoco es descartable que los “aliados, avalistas y apaciguadores” salgan a colgarse de esa promesa, de esa esperanza, de esa oferta de pago, que nunca se cumplirá, a menos que la cambien por silencio, complicidad, apoyo y participación en la cruzada que busca destruir el imperialismo, el capitalismo, la globalidad y la economía de mercado.
Pero lo más seguro es que en rasgo muy distintivo de la hispanidad, los hoy burlados, apaleados y escaldados, salgan a pasar sus propias facturas, a cobrar un engaño, que no por advertido, abierto y hasta cínico, perdió el atractivo de la forma de delinquir que hizo célebre al legendario, Robin Hood.
Lo más deseable sería, sin embargo, que con la experiencia de la incautación de bienes que pertenecen a los pueblos brasileño, argentino y español los jefes de Estado de los países “hermanos” comprendan que la lucha de Castro, Chávez y Morales es contra la propiedad en general, abstracta e innominada, sin distintivos ni matices que la hagan respetable, como que en sus mentes calenturientas de marxistas anacrónicos, fundamentalistas y momificados la raíz de todo los males reside en el egoísmo, el lucro y el afán de riqueza.
Lo ha repetido Castro en todos los tonos durante los 45 años en que llevó al pueblo cubano a una catástrofe humanitaria, comenzó a proclamarlo Chávez tan pronto se hizo con todo el poder en Venezuela y Evo Morales lo incorporará a la tríada del “ama sua, ama quella, ama colla” en cuando se sienta firme y seguro en la despotización del pueblo boliviano.
Esperemos la constituyente que ya convocó y realizará a mediados de año, para ver como se cumple esta profecía.
Se trata, en definitiva, de “tres tristes tigres” (más bien tres tristes osos: oso viejo, oso menos viejo y oso menor) nostálgicos, solapados y revanchistas, quizá innocuos y neutralizables si se mantienen en sus habitat, en las selvas en que devienen los países que desgobiernan, pero peligrosísimos si se les quiere enfrentar con la receta que aconseja el inmortal Rubén Darío en el también inmortal poema “Los motivos del lobo”.
Porque es que al fin al cabo el lobo actúa por necesidades fisiológicas; en cambio que los neopopulistas, fundamentalistas y salvacionistas lo hacen por razones ideológicas, políticas y partidistas, porque decidieron por su cuenta y riesgo que su misión en este mundo es “salvar a la humanidad”, “redimir a los pobres”, y fundar de raíz una sociedad donde reinen el bien, la justicia y la igualdad absolutas.
Extravagancia de extrema insolencia que ya convirtió al siglo XX en un reguero de países empobrecidos, contaminados y teatro de gigantescas violaciones de los derechos humanos y que solo puede ser enfrentada y derrotada con políticas en la vía contraria que proclamen la paz, la reconciliación, el diálogo y la pluralidad como un bien fundamental, de todo cuanto se llama estado de derecho, legalidad y constitucionalidad.
Que es también la democracia, la economía de mercado, la competitividad y la globalidad como tramo ascendente de una experiencia histórica que sin duda hará a la sociedad más equilibrada, justa e igualitaria.
Lección que ya empezó a ser aprendida en Viena, que condena a un aislamiento creciente a los “tres tristes tigres” y debe ser aprendida fundamentalmente por sus dolientes más cercanos y agraviados, los jefes de los gobiernos de Brasil, Argentina y España.