5/08/2006

Un tsunami se acerca al Mercosur, por Manuel Malaver.

Podrá parecer exagerado, pero no hay otra forma de decirlo: Lula da Silva y Néstor Kirchner, los presidentes de los países con las economías más influyentes de la parte más sur del continente, ratificaron en Puerto Iguazú su condición de cautivos energéticos de los caudillos caribeños, Fidel Castro y Hugo Chávez, reforzando una dependencia suicida que en el corto plazo significará cuando menos el comienzo del fin del MERCOSUR.

Y no objetamos que Lula y Kirchner no cuestionaran la legalidad del “Decreto Supremo” con que el gobierno de Evo Morales nacionalizó los hidrocarburos; ni siquiera que no se negaran a discutir nuevas tarifas para los precios del gas boliviano; sino que no denunciaran la presión ejercida por los jefes de Estado de Cuba y Venezuela contra Morales en una reciente reunión en La Habana y en la cual prácticamente se le obligó a violar el compromiso de solo nacionalizar los hidrocarburos después de amplias consultas con dos países vecinos y “hermanos”, que, aparte de ser los principales clientes del gas altiplánico, tienen intereses en las principales compañías gasíferas afectadas por la medida.

Se trató de una pieza maestra de tartufismo político, de una carambola a dos bandas que, de un lado, logró que el líder indigenista, con el pretexto de la creación de la ficción del Tratado de Libre Comercio de los Pueblos, rompiera definitivamente con la Comunidad Andina de Naciones; y del otro, con la nacionalización del gas, se uniera al dúo que hace lo imposible para que los gigantes sureños no modernicen sus economías, ni hablen, como lo acaba de hacer en Washington el presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, de la posibilidad de discutir tratados de libre comercio con los Estados Unidos.

O lo que es lo mismo: que brasileños y argentinos entran al infierno donde nunca tendrán suministro de energía confiable, ni a precios razonables… a menos que apoyen todas las extravagancias de los tres resucitadores del “socialismo real” (que también llaman “socialismo del siglo XXI”) y se conviertan (por lo menos de palabra) en enemigos feroces de la globalización, la economía de mercado, el neoliberalismo y los Estados Unidos.

Es la experiencia que vivieron desde que Chávez asumió el poder, los países de la Comunidad Andina de Naciones, y en particular Colombia y Perú, halagados, subsidiados (según crecía la chequera venezolana) y conminados a unirse a la cruzada anticapitalista y antinorteamericana y dejados de la mano de Dios (luego de ser acusados de “traidores y vendidos al imperio”), cuando colombianos y peruanos decidieron, en ejercicio de sus soberanías, firmar acuerdos que exponenciaran su relación comercial con USA.

El pretexto, ya sabemos, es risible, y se fundamenta en que los “principios” que rigen el proyecto económico chavista es incompatible con la filosofía de la economía abierta que representan los acuerdos entre gringos, colombianos y peruanos, siendo que, después de México, no hay otro país en América latina con un intercambio comercial más caliente y voluminoso con Estados Unidos que Venezuela, al extremo de que se acerca al 60 por ciento del total de las exportaciones “revolucionarias”.

Hace apenas una semana el diario “El Nacional” de Caracas publicaba en primera estos datos desconcertantes: “El intercambio comercial entreVenezuela y Estados Unidos tiene un crecimiento sostenido, según la Cámara de Comercio Venezolana-Americana, Venamchan. En promedio, desde 1995 y hasta el cierre del 2005, representó el 51, 3 por ciento del total de las relaciones económicas de Venezuela con el mundo. Solo el año pasado, el comercio bilateral ascendió a 40, 3 millardos de dólares, un aumento del 102 por ciento en comparación al 2003. La balanza entre ambos socios es favorable al país, que obtuvo un superávit de 27,5 millardos de dólares”.

Pero hay más, según leemos, también en “El Nacional”, el jueves pasado: “400 empresas de capital inicialmente venezolano tienen presencia en la economía del Estado de Florida que concentra la mayor parte del comercio bilateral. Venamchan calcula que este año el monto total de los intercambios con Miami llegará a los 5,5 millardos de dólares, crecimiento del 20 por ciento en comparación con 2002. El organismo espera que en una rueda de negocios que se efectuará a partir del 10 de este mes se concreten nuevas transacciones por 500 millones de dólares. Venezuela es el segundo socio comercial de Florida, después Brasil”.

De modo que tienen razón los presidentes de Colombia y Perú, Álvaro Uribe y Alejandro Toledo, cuando señalan que en la “prohibición” chavista bulle una “gran hipocresía” que esconde la acumulación de riqueza más rápida, creciente y desbordante experimentada en cualquier momento por cualquier país de la región.

Aún más, yo añadiría que simula igualmente una intención monopolista que no busca otra cosa que el hambre y la miseria se difuminen por el subcontinente, mientras el afortunado jeque petrolero que tiene las reservas de crudo más grandes del mundo occidental, se reparte con Estados Unidos, su socio mayor, los beneficios de una relación comercial tan explosiva, como incontenible.

Cuentas del “gran capitán” necesarísimas para los activos de un jefe que, como Stalin, Mao y Castro en sus buenos tiempos, asumió el financiamiento de cuanto país de la región se declare revolucionario, populista, socialista, antiglobalizador y enemigo de los Estados Unidos.

Taquilla de pago por “honorarios revolucionarios” que comenzó con Castro, va por Evo Morales y tiene en la lista de espera a Daniel Ortega, Ollanta Humala, y quien sabe si a López Obrador y al próximo presidente de los ecuatorianos.

De todas maneras nada de cuanto hemos escrito despeja la incógnita de ¿por qué dos presidentes como Lula y Kirchner, de enormes responsabilidades con los países que presiden -entre otras cosas porque emblematizan dos de las crisis más severas sufridas en el hemisferio en las últimas décadas- aceptan formar parte de la comparsa de Castro, Chávez y Morales, en una apuesta al pasado que puede trasfigurarlos en el corto plazo en signos del fracaso, la terquedad, el anacronismo y las oportunidades perdidas? ¿Por qué ignoran sus compromisos con la comunidad internacional de luchar para que Brasil y Argentina rescaten definitivamente el bienestar y empiecen a jugar el rol que les corresponde en la sociedad abierta, democrática y plural, incorporándose a los programas globales de reducción de la pobreza, las desigualdades y las injusticias sociales?

Sin duda, y en primer lugar, que por sus “déficit energéticos” que para colmo se tradujeron, como señaló Lula hace unos días, “en el error de la dependencia de un solo proveedor”, condenándolos a soportar hasta que el cuerpo aguante los caprichos de tres revolucionarios mesiánicos y marxistoides para quienes los acuerdos son instrumentales y sujetos a los vaivenes que impone “la táctica”.

Pero en segundo lugar, y por sobre todo, por su empeño en mantenerse devotos del socialismo tardío, aunque sea en una versión light, que los cierra a la posibilidad del rescate de los principios de la economía de mercado, la globalidad y la sociedad competitiva, a impulsar las reformas de segunda generación indispensables para que Argentina y Brasil crezcan a un ritmo que les permita, no solo combatir eficientemente la pobreza, sino pagar las facturas de los comodity que necesitan para apuntalar el crecimiento.

Y por esa vía acabar con los llantenes por los altos precios de los hidrocarburos, de hacer cabriolas para procurárselos, cuando lo que conviene es crecer a altos índices y pagarlos de acuerdo a su categoría de “bienes escasos”.

Es lo que hacen Chile, México, Estados Unidos, la UE, Japón, China, India, y otros países que entendieron que la independencia es obra de una crecienteformación de riqueza, y no de “afinidades ideológicas” cuya interpretación es siempre potestad de caudillos malhumorados, ariscos e intemperantes que en el caso de Chávez ya vimos obedecen a “estrategias sublimes” que no tienen nada que ver con las necesidades concretas de la gente.

Y pueden como en el caso de la Comunidad Andina de Naciones dejar en la estacada a socios ingenuos como Uribe y Toledo que pensaron una vez que con Chávez lo que convenía “era saberlo llevar”, o aquello en que coincidieron en el 2000 el expresidente de Brasil, Fernando Henrique Cardozo y el actual embajador de Estados Unidos en la OEA, John Maisto, de que al tratar a Chávez lo mejor era “no oír lo que decía, sino ver lo que hacía”.

Salidas que hace unos años se podían tomar como una apuesta en la ruleta de la historia, pero que después de lo sucedido con la CAN, los sectores responsables de la política y la economía de Brasil y Argentina tienen que tomar como un alerta de que un tsunami se aproxima hacia el MERCOSUR."