Chávez y su chantaje energético. Por Manuel Malaver
Como “chantaje energético” podría muy bien caracterizarse la presión de algunos países radicales miembros de la OPEP que aspiran a que la comunidad internacional se les doble de rodillas porque si no dejan de exportar petróleo y entonces los precios se elevarían a más de 100 dólares el barril.
Desde luego que el líder máximo de la tendencia es el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, quién un día sí, y otro también, deja deslizar que si la ONU le impone sanciones por su empeño en continuar su programa nuclear, entonces tiene bajo la manga la carta de lanzar el mundo civilizado al caos al retirar del mercado los 3 millones de barriles diarios de crudo de la producción iraní.
Pero Hugo Chávez también puede considerarse entre los animadores y promotores de la tendencia -aun más, yo diría que es su segundo al mando- pues si bien no llega al extremo de pretender cambiar un programa nuclear por la amenaza de desabastecer los mercados de crudo, sí es evidente que aprovecha la crisis energética, y la incontrolable espiral de los precios, para que países, que en otras circunstancias no voltearían ni a saludarlo, luzcan como sus aliados.
Un caso patético por lo desconcertante y perturbador es el de los “gigantes” económicos sureños, Brasil y Argentina, cuyos gobiernos, en razón del déficit energético que campea desde Manaos hasta Neuquen, han devenido en perros falderos del caudillo venezolano que no pierde ocasión de ponerlos en evidencia, utilizarlos para sus políticas delirantes e inviables y amenazarlos con expulsarlos del núcleo de sus favorecidos si no acceden a complacerlo.
Tal, por ejemplo, como sucede con el paquete del Gasoducto del Sur, mamotreto que toda persona racional sabe no verá la luz del día, ya que, entre otros detalles, nadie sabe cuáles y cuántas son las reservas de gas venezolano; y si la ve será para vender el gas más caro del mundo, pues se trata de un proyecto a 10 años que requerirá una inversión cercana a los 30.000 millones de dólares que no está en las disponibilidades del vendedor y los compradores, y después de daños ambientales que dejarán cientos de especies de flora y fauna en vías de extinción, o extinguidas para siempre.
Pero lo peor es que se trataría de un esfuerzo absurdo por lo innecesario, ya que tanto Bolivia como Perú, países de acceso inmediato a Brasil y Argentina, cuentan con las reservas de gas suficientes para saciar con creces la voracidad energética de sus vecinos.Sin embargo, los presidentes de Brasil y Argentina, Lula da Silva y Néstor Kirchner, no solo guardan silencio ante tamaño adefesio, sino que a menudo se reúnen con Chávez para decir, o dar a entender, que “el gasoducto va”.
Claro, a veces desde el sur se oyen voces responsables que tratan de desenmascarar a Chávez y de llamar la atención de quienes lo secundan en sus desvaríos, como las declaraciones que dio el miércoles pasado al programa de televisión “BBC Enlace” el viceministro de Hidrocarburos de Bolivia, Julio Gómez, quien no se ahorró palabras para decir que “el Gasoducto del Sur es un proyecto chiflado, que no tiene pies ni cabeza”.
Gómez aclaró, no obstante, que la idea original de la “chifladura” no había venido de Chávez, ni de PDVSA, la estatal petrolera venezolana, “sino de las empresas petroleras privadas que operan en Bolivia, con la finalidad de restarle importancia a las nuevas negociaciones para la exportación de gas boliviano a Brasil”.
“Bolivia en efecto” añade el corresponsal de “BBC Enlace”, “está en proceso de nacionalizar su industria gasífera y aspira a mejorar los precios internacionales de ese hidrocarburo. Un proyecto como el Gasoducto del Sur proveería fuentes alternativas a sus principales clientes”.
De modo que Chávez terminó coincidiendo con las transnacionales petroleras intermediadoras de la venta de gas boliviano a Brasil y Argentina, pero no se piense que porque esté interesado en conseguir mejores precios para sus aliados de hoy, sino por el empeño en llevar a cabo su otra “chifladura”, la de crear una alianza política que lo secunde en convertir el extremo sur de América en el escenario donde el socialismo marxista, que el llama “socialismo del siglo XXI”, tenga la segunda oportunidad del salvar a la humanidad.
Tal como pretendió hacer con los países bolivarianos y andinos de la Comunidad Andina de Naciones, CAN, que fueron igualmente usados como conejillos de India, halagados y conminados a resucitar aquello de “hacer de la cordillera de Los Andes una segunda Sierra Maestra”, pero que en la medida que descubrieron el chantaje, contaron con la independencia energética para denunciarlo y se apresuraron a firmar acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos, se trastocaron en “enemigos principales” del caudillo tropical y decimonónico.
Que será exactamente lo que ocurrirá con Brasil y Argentina, y más precisamente con los presidentes Lula y Kirchner, en cuanto Chávez perciba que no lo toman en serio y solo lo usan para que les suministre petróleo y gas baratos, y salga a denunciar el MERCOSUR, a gritar que “no sirve”, que es una organización vendida al imperialismo, plegada a los Estados Unidos y por eso él, él único revolucionario de América, pasa a integrarse a la Conferencia Islámica.
Porque es que Chávez no percibe, no puede percibir como marxista residual que es, que las batallas de tiempos de la “Guerra Fría”, las que se empeñaban para conquistar o mantener espacios de influencia política y militar ya pasaron, y las batallas de la guerra del siglo XXI son las que se libran en los mercados abiertos, globales y competitivos, a punta de conocimiento, educación y productividad que provean la riqueza necesaria para reducir la pobreza, las desigualdades y las injusticias sociales.Ya lo predijo el economista norteamericano, Lester Thurow, en “La Guerra del Siglo XXI” (Javier Vergara Editor S.A. Buenos Aires. Argentina. 1992), donde dejó claro que solo los países que se desplacen de la lucha de la clases, a la lucha por los mercados, el conocimiento, la educación y la productividad, entenderán lo que son las guerras del futuro.
“En 1945” escribía “había dos superpotencias militares, Estados Unidos y la Unión Soviética, luchando por la supremacía, y una superpotencia económica, Estados Unidos, que estaba sola. En 1992 hay una superpotencia militar, que se encuentra sola, y tres superpotencias económicas, es decir, Estados Unidos, Japón y Europa, centrada esta última en Alemania que tratan por conquistar la supremacía económica. Sin la más mínima pausa, la disputa ha pasado del terreno militar al económico”.
Es la guerra de la batalla que ganó Toyota el año pasado al superar en ventas a General Motors y Ford en el mercado estadounidense, la que libra Google contra Microsoft, la que sigue ganando Estados Unidos al no detener su crecimiento a causa de la enorme factura petrolera y la de chilenos, mexicanos, irlandeses, checos, polacos, chinos e indios por más y más mercados, más conocimiento, más educación y más productividad para reducir la pobreza y las injusticias sociales.
Y cuyas llamas no pueden tocar a Chávez, envuelto como está en las fumarolas de las batallas de la Guerra Fría, aquellas en que se peleaba por más utopismo, más dictadura, más colectivismo, y menos libertad, menos democracia y menos derechos humanos.
Guerra del siglo XXI que también comprenden Lula y Kirchner cuando simulan coincidir con una desmesura intragable, pero a cambio de garantizarse gas y petróleo baratos para el presente y futuro de sus economías deficitarias energéticamente hablando.
Claro que podrían hacerlo a un costo menos alto y deshonroso, que es el que pagan los países del mundo desarrollado con las políticas económicas necesarias para proveerse de un bien escaso cuyos precios no van a ceder en un futuro previsible.
Y diciéndole “NO” al chantaje energético de Ahmadinejad y Chávez, el primero para llevar adelante su proyecto nuclear y el segundo para embarcar a América del Sur en una utopía sangrienta, falaz y criminal que ya sumió al mundo en uno de los momentos más crueles y oscuros de la historia.
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