6/27/2006

Castrochavismo, demagogia y petróleo, por Manuel Malaver

Se comprende la indiferencia con que los diputados que asistieron el jueves a la Asamblea Nacional panameña con motivo del 180 aniversario del Congreso Anfictiónico oyeron al invitado especial, presidente de Venezuela y líder de la revolución mundial, Hugo Chávez, deshacerse en promesas que iban, desde la construcción de una refinería, al emplazamiento de un gasoducto, pasando por un llamado al país del canal a incorporarse a Petrocaribe.


Quincalla retórica, de tarantín de de abalorios y espejismos que empieza a esfumarse cuando uno se pregunta ¿bueno y dónde tiene la revolución bolivariana y su jefe los recursos financieros, la tecnología y el capital humano para llevar a cabo tan magnas obras? ¿Y por qué si los tiene, no los dirige más bien a recuperar la ya deteriorada industria petrolera venezolana que, no solo en refinación, sino en producción y transporte, da síntomas alarmantes de obsolescencia?


¿Cuenta Venezuela con los volúmenes de producción y reserva de crudos que Chávez anuncia a troche y moche por el mundo y no se trata más bien de un productor modesto, del llamado rango medio, como Libia, Argelia, Nigeria e Indonesia que vuela, como advirtió recientemente Luís Giusti en el Senado norteamericano, “a convertirse en un exportador marginal”? ¿Y puede el jefe de estado de cualquier país de comienzos del siglo XXI comprometer por su cuenta y riesgo, “a su manera”, los recursos de un país como si fuera su dueño, exponiéndose, a que en cuanto salga del poder, los nuevas autoridades declaren los caprichos del caudillo ilegales, y por tanto, no sujetos a cumplimiento?


¿Cómo quedarían entonces los usufructuarios de las refinerías, los oleoductos y gasoductos? ¿Acaso con unas instalaciones que deben pagar a sus precios o devolver, o a medio construir, en abandono, y en trance de convertirse en chatarra? ¿No se trata de un caso para la nueva justicia globalizada que debe perseguir y castigar a dictadores que proceden con los recursos de sus países como si fueran su hacienda, su propiedad exclusiva y personal?


Fueron las preguntas que no se hicieron, por cierto, los hoy decepcionados y trasquilados exaliados y exhermanos de Chávez, los presidentes de Brasil y Argentina, Lula da Silva y Néstor Kirchner, con un sartal de acuerdos en sus cancillerías que no se cumplen por lo copioso, proyectos que apenas alcanzó a oír el viento y planes para compra y venta de bienes tan irracional, fabulosa y saudita que de haberse realizado, habría abarrotado la vasta extensión de los tres países.


Pero es que aunque los acuerdos se hubieran cumplido, y en efecto el comercio entre Venezuela, Brasil y Argentina estuviera amenazando el PIB del intercambio entre Estados Unidos, Canadá y México, habría que restar del supéravit las pérdidas argentino-brasileñas por la nacionalización del gas boliviano, que involucran, no solo aumentos del precio del gas hasta un 60 por ciento, sino la incautación de los activos de las empresas estatales Petrobrás y Repsol.


Y todo ello a causa de los “buenos oficios” del exaliado y exhermano Chávez, quien en medio del jolgorio que lo convertía en socio pleno del MERCOSUR, y de los planes para construir el gasoducto del sur, así como del suministro de diesel, benzoil y gasolina de por vida, apareció en La Habana, La Paz y Puerto Iguazú como apuntador de Evo Morales en el proceso de nacionalización que transformó a PDVSA, la empresa estatal de Chávez, en la usurpadora y heredera de las operaciones que acababan de abandonar Petrobrás y Repsol.


De modo que caras tristes, desengaños, empresas incautadas, precios del gas no consultados y reglados muy a lo libre mercado, y sobre todo, más dependencia energética, es el saldo de la alianza Lula, Kirchner, Chávez, que comenzó hace 3 años cuando el aumento persistente de los precios del crudo reveló que estábamos frente a una crisis estructural de energía e hizo posible que un socialista light como Lula y un populista agresivo pero inexperto como Kirchner, cayeran en la red del revolucionario caribeño, marxista y totalitario, delirante y anacrónico que proclama estar dispuesto a hacer lo que sea para restaurar el socialismo, liberar a la humanidad y hacer morder el polvo de la derrota al capitalismo, al neoliberalismo y al imperialismo norteamericano.


Retórica cansina y cansona que estoy seguro no hizo mella en Panamá, país que tiene uno de los mejores desempeños económicos de la región, cuenta con un sistema democrático representativo estable y funcional y un presidente como Martín Torrijos que lucha ardorosamente porque el istmo se inserte en la economía de mercado, la modernidad y la globalidad.


Y con políticas económicas exitosas de mercado abierto, cuyo gobierno discute la firma de un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, y con los recursos suficientes para comprar el petróleo a precios de mercado, y no con los “descuentos” de un jeque que se los cobrará a la postre con apoyo a sus alocadas políticas.


Pero es que, además, los líderes panameños deben conocer de primera mano lo que sucede con la industria petrolera venezolana, con la reconversión de PDVSA, de una empresa que estuvo colocada de 5ta en el ranking mundial de los consorcios energéticos, en una agencia social y política interesada en todo, menos en inversión, productividad y rentabilidad y dirigida por un autócrata que decide cuáles son sus precios, mercados y volúmenes de producción y reserva.


Pero sobre todo, instrumento de una política de expansión revolucionaria que se usa con fines chantajistas y de presión, en el mismo sentido que antes se usaban los ejércitos, las bombas atómicas y nucleares y los embargos y los boicots, ya que su objetivo central no es contribuir al bienestar del pueblo venezolano, ni de otros pueblos, sino de forjar alianzas que conduzcan a un mundo donde la gloria de Chávez, el salvador de la humanidad, sea reconocida por los siglos de los siglos y de los siglos amén.


Y aquí tenemos que admitir que Chávez puede estar innovando la mohosa y añeja teoría revolucionaria, al intentar construir el socialismo en las condiciones de un país petrolero con precios en alza, que permiten, no solo los recursos para tener a una sociedad sometida a la “felicidad” de la revolución, sino amenazar con el corte del suministro de energía a aquellos que no acepten formar las alianzas socialistas y revolucionarias para destruir al capitalismo y a los Estados Unidos.


Realidad espeluznante que se integra más y más al clima político contemporáneo, como quedó demostrado en el caso de las recientes elecciones peruanas donde Chávez intervino para que los electores eligieran al candidato de su preferencia y ya había experimentado el expresidente chileno, Ricardo Lagos, el cual vio atónito como Chávez desempolvaba el expediente del diferendo limítrofe chileno-boliviano porque el chileno no era complaciente con su retórica populista, caudillista y tercermundista.


Y es también el tema central en reuniones de palacios de gobierno, cancillerías, parlamentos, cumbres, y simposios internacionales, ya que pocas veces, o nunca, se había visto, que el jefe de estado de un país por el solo hecho de contar con un recurso mineral escaso y de excelente cotización en los mercados, lo usara para imponer su voluntad y buscarse aliados para fines políticos inviables y deleznables.


Lo dijo el jueves en una audiencia del senado norteamericano, el senador Richard Lugar, con palabras más, palabras menos: “Hugo Chávez ha tratado de utilizar el petróleo venezolano para sacar partido político en el hemisferio. Su retórica inflamable y sus acciones, aunada a la precipitada nacionalización del gas en Bolivia, subraya la vulnerabilidad de Estados Unidos a la manipulación política de la energía”.


Señalamiento en el que también coincidieron, el senador, Ken Salazar, y el ex ministro de Finanzas argentino, Domingo Cavallo.


“Las decisiones altamente politizadas y provocadoras de Chávez” dijo el primero “vienen a la mente cuando se piensa en la energía en la región, y lo mismo sucede con la nacionalización de Morales. En el hemisferio occidental, el control de los recursos energéticos se puede traducir en cierto tipo de control político”.


Para Cavallo, por su parte, “las políticas bolivarianas que se tildan de integracionistas están destruyendo las ventajas comparativas que el Cono Sur ha desarrollado en la última década”.


Pero Lugar insistió en el que sin duda es el verdadero nudo de la política petrolera venezolana y que tiene poco que ver con precios y políticas chantajistas, como es la cuestión de la producción y el deterioro acelerado de una industria petrolera venezolana que corre a un virtual colapso:


“Lo más preocupante con relación a Venezuela” dijo “es el hecho de que la producción petrolera venezolana enfrenta serios retos que podrían impactar el precio del crudo y la economía estadounidense. Esto es consecuencia de que la industria haya permitido que su experiencia técnica y material se deteriora y de que haya fallado en invertir lo suficiente en mantener los campos”.


Luís Giusti, expresidente de PDVSA y experto petrolero venezolano, corroboró esta preocupación:


“A menos que la incertidumbre prevaleciente y los frecuentes obstáculos que impone el gobierno se disipen, Venezuela continuará siendo importante, pero su crecimiento como exportador petrolero será apenas marginal”.


Pero a menos también de que los altos precios se desinflen, que es lo que se prevé en el mediano plazo, y las ínfulas, la soberbia y las fantasías del jeque socialista venezolano se reduzcan a su exacta proporción que es mínima y Chávez opte, o por ser un revolucionario jubilado a lo Castro, o el presidente dictador que promueve la tragedia de otro país tercermundista más.