6/21/2006

Chávez y sus últimas derrotas, por Manuel Malaver

No lo pudo hacer peor Chávez al aparecer como apuntador de Evo Morales en la nacionalización del gas boliviano; no lo pudo hacer peor al condicionar el reinicio de las relaciones diplomáticas entre Venezuela y Perú a la derrota electoral de Alan García; y no lo pudo hacer peor al apostar a que la reciente reunión de la Comunidad Andina de Naciones en Quito firmaría el acto de defunción del que continúa siendo el más antiguo acuerdo de integración de América y el mundo.


Dislates, fiascos o saltos al vacío que autorizan establecer, o que Chávez no contó con información confiable para aceptar que la onda expansiva neopopulista y bolivariana empezaba a desinflarse y detenerse; o que teniéndola, la ignoró, pasando a esperar que otro golpe de suerte, de mesianismo y realismo mágico le permitieran recuperar los avances que sorpresivamente se le desvanecía.


Es lo que signó hasta ahora su carrera en circunstancias de que ante una derrota estrepitosa como la del 4 de febrero del 92; de salir de la cárcel 3 años más tarde con poco o ningún conocimiento de la vida política y civil, y por tanto, sometido a las burlas de quienes le gritaban que ya su oportunidad había pasado; o de haber sido obligado en el curso de la crisis política de abril del 2002 a presentarse en Fuerte Tiuna para encontrarse con lo peor, jugó a perder, a escabullirse, a driblar, apaciguar, engañar, rogar, dilatar, simular, para luego emerger como el ganador de la partida.


Únicamente que en todas y cada una de esas coyunturas Chávez usó su mejor arma, la mina personal con la cual discapacitó enemigos y amigos en trance de abandonarlo y que no era otra que el ocultamiento de sus verdaderas intenciones, el hablar no uno, sino dos, tres o cuatro discursos, no poner todas las cartas sobre la mesa, ni revelar el as que tenía bajo la manga, poniendo en movimiento un mecanismo tremendamente eficaz cuando en el desenlace de una crisis, no se tiene ninguna disposición a regresar al pasado, y mucho menos claridad sobre hacia donde ventea la alternativa, ni quien es el hombre, la figura, el líder para surcar el futuro.


Hoy ese Chávez se quemó, se suicidó, se defenestró, y, por extraño que parezca, no porque los interesados se tomaran el cuidado de ponerlo en evidencia, sino porque a lo puro macho, por su cuenta y riesgo y sin que nadie se lo tuviera exigiendo, se lanzó desde hace aproximadamente 4 años a vociferar, retumbar, resoplar que él, el caudillo de Sabaneta de Barinas, hijo de doña Elena y don Hugo de los Reyes Chávez, era Lenin, Stalin, Mao, Kim Il Sung, Castro, Pol Pot, y el Che Guevara juntos y su misión retrotraer el mundo al paraíso que truncaron el Papa Juan Pablo II, Ronald Reagan, Deng Siao Ping, Gorbachov, Yelsin y otros enemigos y traidores a la revolución y el socialismo.


Y para lo cual estaba dispuesto a hacer lo que fuera, desde tomar el cayado del peregrino para recorrer el mundo predicando la buena nueva, hasta declararle la guerra al capitalismo, el imperialismo y los Estados Unidos, pasando por la creación de una Santa Alianza internacional, de ricos y pobres, para liberar a la humanidad.


Discurso que por el momento en que emergía, (cuando ya los recuerdos del socialismo, la revolución y el anticapitalismo se difuminaban); y sobre todo, por venir de los trópicos, del Caribe y del político más hablachento que conoce la política desde Castro, era como para tomarlo a risa, a broma, con indiferencia, con el "no miren lo que Chávez dice, sino lo que hace" del expresidente brasileño, Fernando Henrique Cardozo, hasta que, para su desgracia y alivio de los demócratas del continente, apareció pavoneándose y dando a entender que era el cerebro tras la nacionalización del gas boliviano.


Jugarreta torpe o imprudente si las hubo, abusiva por lo enfática, recargada e innecesaria y que, lejos de recoger en la cumbre de Puerto Iguazú cuando ya era evidente que había cometido un error capital que lo sacaría de juego, remachó, reafirmó y excedió, cual conquistador de opereta o de la peor zarzuela española.


Y que quiso corregir apostando todo a que Ollanta Humala resultaría electo como su procónsul en Perú, inmiscuyéndose en los asuntos internos de un país latinoamericano y amigo, superando su peor verborrea, pero seguro de que conquistadas las plazas de Lima y La Paz, a los vapuleados Lula y Kirchner, y la próxima a ser vapuleada señora Bachelet, no les quedaría otro remedio que reconocer su genio invencible e integrarse a la cruzada, a la guerra, al Armagedón con que pensaba destruir el capitalismo y reconstruir el socialismo.
Para ello barajaba audazmente la carta energética, la alianza castro-chavista-humalista- evista que al tener las más grandes reservas de gas y petróleo del continente, pasaba a ser una gigantesca gasolinera con un solo acceso: el de los usuarios que presentaran carta de buena conducta con la revolución.


Delirio mayúsculo, revulsivo y abysal que el pueblo peruano tuvo a bien quitarnos de encima, pero que no terminó de ser desecho, disuelto y pulverizado sino cuando los cuatro presidentes de la Comunidad Andina de Naciones (Evo Morales incluido), reunidos en Quito a comienzos de semana, decidieron despedirlo, decirle que se fuera con su música a otra parte, que no era necesario y que marchaban juntos a discutir con Bush la renovación del tratado de preferencias arancelarias y un tratado de libre comercio con la UE.


O lo que es lo mismo: que lo regresaron a su punto de partida, al lugar que hace llamar "República Bolivariana de Venezuela" y es el último retazo de poder que le queda, como que lo ha ido desvalijando de libertad, estado de derecho, democracia, decencia, reservas internacionales, prudencia, equilibrio, discreción y todo lo que necesita un país para ser respetado y estimado entre las naciones.


Un campamento que trata de seguir silenciando, y reduciendo a una cada vez más robótica, pero ferozmente armada guardia pretoriana que solo existe para cumplir sus órdenes y garantizarle que puede seguir disparatando y gritando que no se rían, que no lo tomen a mofa, porque el día menos pensado entra triunfal al capitolio de Washington.


Es la etapa que en la dogmática marxista se conoce como de "socialismo en un solo país" y sigue siempre al fin de las fantasías expansionistas de la revolución, cuando conocidos en carne y hueso los salvadores revolucionarios, y las noticias que llegan del nuevo paraíso terrenal, las amenazas de internacionalizar el proceso concluyen en Puerto Iguazú, Lima y Quito.


Hora de volver hacia adentro y de los Stalin, del peor Castro, y de la decisión de que la guerra es ahora contra el enemigo interno, los golpistas y saboteadores, los agentes de la CIA y el imperialismo, los demócratas venezolanos que perderán todos sus derechos y pasarán a ser perseguidos como bestias feroces.


Es el estado de sitio que Castro graficó con la frase: "Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada", y Chávez y su claque (gente del tipo Lara, Maduro y Rangel): "Dentro de la constitución todo, fuera de la constitución nada".


Es, en definitiva, el Chávez que vimos el miércoles disfrazado de militar en el acto de recibimiento de un lote de 30.000 AK-103, en trance de disparar -tal cual hacía el hermano Saddam en una toma de televisión cuando se las echaba de invencible-; pero sobre todo, amenazando con no renovarle la licencia a los canales de televisión privada que insisten en criticarlo y denunciar la ola de corruptelas, ilegalidades y violaciones de los derechos humanos que le escuecen la piel y el alma a Venezuela y la convierten en una republiqueta quinta mundista donde las libertades pueden rematarse a un solo postor: el estado petrolero.


Es el "país del miedo" que describió el jueves la psicóloga social y filósofa, Colette Capriles, en un artículo memorable en "El Nacional" (El miedo a la democracia), entre abriendo el horror de una tensión en la cual "El diferente no tendrá más que el arrepentimiento y la humillación, porque será culpable. Tendrá que pedir disculpas, como reclama el fascista embajador cubano, sintiéndose demasiado cómodo en este país que también ha elevado la ‘autocrítica’ cubana a la política exterior exigiéndole al presidente electo de Perú que pida perdón".


El sojuzgamiento de la "patriecita" de la cual habló alguna vez el secretario del Libertador, D.F. O’Leary, para ilustrar la estrechez de miras del general Páez, y que lejos de ser un premio, un reconocimiento, es una señal del menosprecio que provocan los caudillos que incapaces de conducir países, tienen que mal gobernar haciendas.


Y cuya tragedia espectral, corrosiva y enervante es consumirse también de miedo, de terror, en una de las más misteriosas paradojas de la vida social y política, como si cada una de las amenazas contra la rebeldía de los sometidos, fuera también una sustracción al poder, a la fuerza, y omnipotencia del dictador.


Lo vuelve a decir Colette Capriles en un párrafo de su artículo que sería inexcusable no concluyera el mío:


"En abril del 2002 el gobierno vio la eficacia del miedo. Lo amaestró y ahora lo usa. Pero siempre puede uno preguntarse si no tiene también miedo el gobierno a la democracia. A los demonios empoderados, digo. Al descubrimiento de que aquello que quiere doblegarse difundiendo el mensaje del miedo sigue allí, agazapado, esperando".