6/15/2006

Brasil: estabilidad garantizada, por Jorge Jaraquemada Roblero

Este año corresponden elecciones presidenciales en Brasil y es altamente probable la reelección del actual presidente Da Silva. Su principal competidor, socialdemócrata, aparece distanciado en las encuestas y el centrista Movimiento Democrático Brasileño aún no define su postura entre quienes están por seguir respaldando a Lula y los que desean un candidato propio.

Desde una perspectiva de análisis de riesgo político de inversión una reelección de Da Silva es un buen escenario. Desde luego, absolutamente opuesto a aquél de la campaña presidencial del 2002 cuando el entonces “efecto Lula” estremecía los mercados por la incertidumbre y el temor que generaba un eventual gobierno del líder del Partido de los Trabajadores, pues se asumía que aplicaría las premisas populistas en que había sustentado su discurso político en la década de los noventa.

¿Qué pasó en sus cuatro años de gobierno para que quien provocaba tanto temor ahora sea una garantía de estabilidad?

Primero, porque su política económica lejos de responder a una lógica de reparto fácil se ha encuadrado en una severa disciplina fiscal, con un rígido y eficiente control de la inflación.

Segundo, porque ha mostrado un firme compromiso con la estrategia de desarrollo sustentada en la apertura comercial y en un mayor rol del mercado, impulsando reformas tales como la previsión, el sistema tributario y el fortalecimiento de la autonomía del Banco Central, en continuidad con la administración de Cardoso que había establecido sus bases en Brasil. Debe destacarse al respecto que en medio de la crisis política del año 2005, en la cual su partido se vio involucrado en situaciones de corrupción, Da Silva no sólo no cae en la tentación de adoptar medidas populistas para obtener dividendos de corto plazo sino que enfatiza que seguirá aplicando sin alteraciones su política económica.

Tercero, porque ha propiciado un buen clima de negocios, que se ha traducido en un categórico respeto a los contratos, en un positivo y coherente tratamiento a la inversión extranjera y en el cumplimiento riguroso de los compromisos financieros internacionales, como lo evidencia el pago anticipado de la deuda con el Fondo Monetario Internacional a quien nunca presionó con la amenaza de entrar en default (como sí lo hizo la Argentina de Kirchner, por ejemplo) y, por el contrario, se avino a cumplir con las “condicionalidades” establecidas entre su gobierno y el FMI.

Cuarto, porque en el orden político ha mantenido un buen clima de gobernabilidad, expresado tanto en su capacidad de liderazgo, que impide que los sectores radicalizados del Partido de los Trabajadores ejerzan presión con sus demandas populistas e incluso los ha forzado a formar tienda aparte en el marginal partido Socialismo y Libertad; así como en la habilidad para neutralizar con eficacia al Movimiento de los Sin Tierra (que tradicionalmente lo había apoyado en las elecciones) en sus presiones desmedidas. En particular debe mencionarse la seguridad que ha dado para el desarrollo de la agroindustria amenazada por aquel actor.

En definitiva, en estos cuatro años de administración de Lula Da Silva, en lo económico Brasil ha recuperado un ritmo de crecimiento que si bien no es espectacular es sólido en sus proyecciones, ha incrementado sus exportaciones y ha atraído grandes flujos de inversión extranjera. En lo político, al tener una gobernabilidad afianzada, ha asegurado un ambiente de estabilidad institucional, lo que ha permitido que Brasil haya fortalecido su liderazgo regional, que se asienta en realidades tangibles y no en histrionismos mediáticos.

Además, en el actual cuadro político, incluso si fuese la oposición social demócrata quien ganara las elecciones, nada de lo escrito sufriría alteraciones significativas, pues una de las fortalezas que el país puede exhibir es su actual consenso sobre la estrategia de desarrollo.

JORGE JARAQUEMADA ROBLERO. Abogado. Magíster en Ciencia Política. Profesor universitario.