7/10/2006

La lección de México, por Manuel Malaver

Es conocido el papel relevante que jugó en los resultados finales de la reciente campaña electoral mexicana, la estratagema del comando de campaña del hoy presidente, Felipe Calderón, de “identificar y vincular” al otro candidato, al exalcalde de Ciudad México y líder del PRD, Andrés Manuel López Obrador, con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez.


Astucia corriente en los debates electorales de hoy día en América Latina que podría cuestionarse en el caso mexicano por cuanto jamás vimos un López Obrador ungido por Chávez, ni afirmando que aplicaría sus recetas, pero que demuestran el giro que está tomando la lucha entre autoritarismo y democracia en América latina, entre populismo y economía abierta, entre estado forajido o semi forajido y estado de derecho y cómo después de contar con el factor sorpresa para empezar a desmontar a través de “procesos electorales” los gobiernos democráticos en la región, los populistas, estatistas y socialistas se enfrentan más y más a mayorías de electores que harán lo que sea para no dejarse arrebatar el sistema que garantiza la libertad, la pluralidad, la productividad y una justa distribución de la riqueza.



Venezuela y Chávez son justamente un libro abierto en este orden de ideas, pues el teniente coronel, después de fracasar en un intento de tomar el poder por la armas, lo hizo participando en unas elecciones donde se abstuvieron casi el 50 por ciento de los votantes, y desde entonces, paso a paso, lenta pero implacablemente, ha ido arrasando con las instituciones, fraguando un experimento neopopulista, autoritario y militarista y convirtiendo a la que fue una vez la democracia más antigua de la región, en un país escindido, acosado, monocrático, estatizado y con altísimos índices de desempleo, desigualdad, inflación y pobreza.

Pero lo peor es que orgulloso de haber patentado tan novedosa y exitosa fórmula, Chávez, contando con la indiferencia y hasta complacencia de los gobiernos democráticos de América y Europa, no sólo la predica y promueve, sino que igualmente no tiene empacho en financiar y hacer campañas por los candidatos de su preferencia en otros países, siendo manifiesta su vocación de que la aventura que llama “revolución bolivariana” se haga extensiva al continente y al mundo.

Los recientes ejemplos de las elecciones boliviana y peruana, en las cuales Chávez actuó como jefe de campaña y financista de Evo Morales y Ollanta Humala, trazan la pauta de los resultados diversos que arrojaron una y otra contienda, pero también de lo que acaba de ocurrir en México, donde una movilización pocas veces vista de electores se presentó en las mesas de votación y liquidó el auge inicial de la candidatura de López Obrador.

En otras palabras que, o la indiferencia y abstencionismo de los electores democráticos permite que pase el contrabando del neopopulismo y del neoautoritarismo para a través de las reglas de juego de la democracia desmontar a la democracia misma o los electores democráticos se movilizan hacia los campos de batalla electorales y derrotan la más grande amenaza que ha sufrido la democracia continental en las últimas 2 décadas.


De modo que al reaccionar los votantes contra propuestas electorales no lo suficientemente claras, en el término medio entre libertad y control, democracia y autoritarismo, estado forajido y estado de derecho; pero sobre todo, al no manifestar los candidatos un deslinde preciso con el “profeta” que dice y demuestra que su misión en este mundo es acabar con la democracia y la economía abierta, global y competitiva, no es de extrañar que nunca como antes millones de demócratas luchen en la urnas por no dejarse arrebatar un sueño que en el caso del pueblo mexicano tardó 70 años en hacerse realidad.


Y tampoco que en las campañas electorales hablen de Chávez como el ejemplo a no seguir, que lo señalen como el demagogo irresponsable y sin escrúpulos que anda por la tierra atizando el odio y el resentimiento de los que menos tienen porque presuntamente lo necesitan para restablecer la “edad dorada”, pero en realidad para convertirlos en esclavos y cautivos de una estructura de poder que asombra por lo desmesurada, inviable y ridícula.


Es el regreso del padrecito Stalin, del presidente Mao y del caballo Fidel, y de todos aquellos que, bien desde la izquierda o la derecha convirtieron al siglo XX, y quieren convertir al siglo XXI, en laboratorios de experimentos sociales destructores, hórridos y sanguinolentos.


Y cómo los pueblos de este y de otros continentes cuentan ya con la suficiente información para ubicar a Mao y la Cuba de Castro fuera de la leyenda y percibir, sentir y sufrir las catástrofes humanitarias que promovió el sistema que, por confesión propia, es el modelo de Chávez, entonces podemos explicarnos el rechazo tumultuario que está provocando.


Y aquí aterrizamos en la conclusión de que, lejos de ser un motor que alentara y auspiciara la recuperación de la izquierda en América latina, Chávez está haciendo de su doctor Frankestein y Terminator, liquidando quizá para siempre una segunda oportunidad que pudo haber sido un regreso sin pena, pero con alguna gloria.


Y todo ello por haber confundido la excepción con la regla, por no aceptar en su universo de adolescente tardío y de niño afectado por el “síndrome de Peter Pan” (el niño que se negó a crecer), que la sorpresa venezolana no se repetiría, y que su vigencia dependía más de estar escondiendo sus propósitos, de estar jugando con el disimulo y el barajo, que de estarlos pregonando, exhibiendo y vociferando.



Chávez, por el contrario, lleva 8 años proclamando infantiladas como el “Socialismo del Siglo XXI”, gritando que su misión es encabezar una suerte de alianza universal para acabar con la democracia, el neoliberalismo y los Estados Unidos y perpetrando cuanta irreverencia se le ocurre contribuye a hacerlo terrible y aborrecible entre los países que odia y teme.


Ayer mismo anunció que se prepara a visitar en los próximos días a Corea del Norte, gesto tan inútil como infantil, pero que piensa lo rankea para las grandes luchas que aspira a conducir.


Pero es que igualmente gasta miles de millones de dólares en los obsoletos equipos militares rusos, los mismos que mordieron el polvo de la derrota en Afganistán e Irak, en buques de guerra de pasadas generaciones o que dependen de tecnología norteamericana para operar, y fusiles cuya mejor época ya ha pasado y pueden ser anulados en cualquier tipo de guerra.


De igual manera luce como campeón de la Guerra Asimétrica o de Cuarta Generación, la misma que ha promovido matanzas y violaciones de los derechos humanos sin parangón en Los Balcanes, la exUnión Soviética Transcaucásica y el África Subsahariana, pero no se piense que afectando a los ejércitos del enemigo, sino a cientos de miles de inocentes cuya tragedia se usa con fines mediáticos para obligar a la otra parte a ceder.


Y todo ello en medio de grandes aspavientos, de una exposición sobre saturada en medios públicos y privados venezolanos bajo el control de Chávez, dicen algunos que para disuadir a los Estados u otros países si intentan invadir a Venezuela, pero otros para obligar a George Bush a un tipo de confrontación (pero siempre sin que la sangre llegue al río) que lo ranqueé y coloque en los primeros puestos del hit parade de la subversión y la transgresión, quizá antes, o inmediatamente después, de Kim Jong Ill, Mahmoud Ahmadinejad, Osama Bin Laden y Aymán Al-Zahuahiri.


Solo que es una estratagema tan vieja como Fidel Castro y que el cubano llevó adelante en tanto los Estados Unidos lo tomaron en serio y pensaron tenía capacidad para imponer el socialismo en la región.


No lo harán con Chávez, cada día más aislado, cuyos únicos aliados son Castro y Evo Morales y con los ejemplos de Perú y México demostrando que por cualquier vía podrán los neopopulistas y neototalitarios tomar el poder…menos disfrazándose de demócratas y simulando que juegan limpiamente en los procesos electorales.