7/03/2006

Los tiempos del general Baduel, por Manuel Malaver

Raúl Baduel es sin duda el “más militar” de entre las camadas de oficiales “revolucionarios” que a comienzos de los 80 decidieron iniciar una larga marcha para poner fin al poder civil en Venezuela y en los últimos 6 años han rubricado de su puño y letra una aventura política tan exótica como anacrónica y en circunstancias cuando se apostaba que, después del colapso del comunismo y el imperio soviético, tales engendros desaparecerían de la escena mundial de una vez y para siempre.


Ello explica que no obstante figurar entre los chavistas originarios que presuntamente hicieron bajo el Samán de Guere una jura en julio del 83 “para luchar sin descanso por la libertad de la patria” (Arias Cárdenas, uno de los conjurados, en los tiempos en que pareció enfrentarse a Chávez lo negó y denunció como un ítem fabricado a posteriori por la mitografía chavista), se mantuviera al margen de las frustradas intentonas golpistas del 4 de febrero y del 27 de noviembre del 92; y que después de la derrota, fuera tan ostensible su desafecto y distancia de los golpistas que pasó al cobijo de ministros de la Defensa de la partidocracia tardía como los generales, Fernando Ochoa Antich e Iván Jiménez, quienes en un momento se sintieron tentados a promoverlo como el militar democrático, institucionalista y antichávez.


Fue así entonces cómo, mientras sus compañeros de promoción y la mayoría de los oficiales de las promociones que habían precedido y postcedido a la suya, la “Francisco Carabaño”, conocieron cárceles, exilios y persecuciones, Baduel ascendió sin obstáculos los últimos tramos del coronelato, donde lo sorprendió el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de diciembre del 98.


Pero nada que rompiera el afecto y la confianza de Chávez en este oficial subalterno de antes y de ahora, pues rápidamente procedió a sacarlo de los cuarteles para llevarlo a Miraflores como su secretario personal.


Y aquí empezó Baduel a ser objeto de atención y seguimiento de parte de analistas, comunicadores y expertos de opinión pública, pues a los pocos meses abandonó el cargo, según algunos despedido de malas maneras, pero otros por una “renuncia negociada”, pues no se calaba la revolución, ni el autoritarismo de Chávez.


Lo más seguro, sin embargo, es que se aburriera de la vida civil, burocrática y palaciega, de los días, semanas y meses evaporados entre montañas de papeles, revisando y firmando documentos, recibiendo peticionarios de todos los orígenes y pelajes, y sobre todo, en reuniones políticas y partidistas para las que no tenía vocación, ni formación.


Un amigo común que lo visitó por esos días me comentó: “Raúl está irreconocible, pierde fácilmente los estribos y el mal humor se le sale hasta por los poros. Definitivamente no le asienta la vida burocrática y civil. Sus días en Miraflores están contados”.


Y ello explicaría que la salida de palacio, y de la secretaría personal del presidente, fue para reintegrarlo a los cuarteles, para nombrarlo jefe de la emblemática “44 Brigada de Paracaidistas” con sede en Maracay, la misma de la cual salió Chávez el 4 de febrero para llevar a cabo el fracasado golpe de Estado.


Y aquí comienza y termina quizá el capítulo más oscuro de la oscura biografía del general, Baduel, pues nunca se sabe exactamente cuál es su línea operacional en las condiciones en que ya el chavismo no es oposición sino gobierno, en que se clausura toda una etapa de subordinación civilista en los cuarteles y una suerte de folklore que une socialismo con bolivarianismo, indigenismo con marxismo y nacionalismo con conuquismo se abre como un abanico donde la “autoridad” militar regresa con su vieja guerrera rota, pero en trance de ser remendada y reconstruída.


Son los tiempos en que se habla de un Baduel taoísta, de un extraño místico que puede recitar, tanto pasajes enteros del Tao Te Ching, como las oraciones del “Ánima de Juan Salazar”, y de las “Siete Potencias”, en altares donde se veneran a la amada diosa Kuan Yin y a la reina María Lyonza y siempre entre fumarolas y zahumerios de sándalo, copal, ruda, tabaco y ron.


Son los tiempos también de su amistad con dos venezolanos excepcionales e inolvidables, el poeta y bohemio, Luís Sutherland y el abogado Matute, alias “El Gordo”, quienes vuelan siempre entre legajos de poemas de su cosecha, o de Li Po, Darío, Rimbaud, Cadenas y Gerbasi, o textos de los clásicos taoístas como Zun Tzu y Chuang Tzu, y de alegorías arrebatadas donde el panteón de dioses indígenas venezolanos despierta de un sueño de 500 años, y liderados por el cacique Guaicaipuro, la reina María Lyonza, Bolívar y Zamora, liberan a la patria.


Conexión que se rompe cuando el poeta Luís Sutherland muere en extrañas circunstancias en una habitación del hotel del Círculo Militar y “El Gordo” Matute se aleja, quizá tras la búsqueda de un pupilo más explícito y menos cuartelario.


Pero antes, año y medio antes, en la noche del 11 de abril del 2002, Hugo Chávez, ha sido desalojado del poder por un grupo de oficiales de las cuatro fuerzas y siguen unas 48 horas donde todas las miradas se dirigen a la “42 Brigada de Paracaidistas” con sede en Maracay, hacia el comandante y general del cual unos dicen que está con el golpe, otros contra los golpistas y dispuesto a hacer lo que sea para restituir a Chávez.


Lo más seguro, sin embargo, es que, como buen taoísta y estudioso de Lao Tse y Zun Tzu, se doble sin hacer resistencia, pero esperando que se devuelva la dirección del viento, para volver a la posición original, mientras aplasta a los enemigos en virtud de la “no acción”.


Es lo que sucede durante los días 12 y 13 de abril, cuando Chávez es restituido en el poder y Baduel, quizá sin proponérselo, emerge como el general más poderoso de la V República.


De todas maneras otro tanto para el Baduel militar o militarista, pues de ahí sale la conseja o leyenda de que, comprometido en el golpe por subordinación al comandante, Arias Cárdenas, se mantiene neutral hasta que aquel, molesto porque no se había constituido una junta civicomilitar, precedida por él, da marcha atrás y le ordena “que regrese” a Chávez a Miraflores.


Lo cierto es que, ni antes ni después de los sucesos del 11 de abril, Baduel esconde su amistad con Arias Cárdenas y Urdaneta Hernández, y no hay un solo acto importante en la “42 Brigada de Paracaidistas”, donde no los tenga como invitados.


Pero el 11 de abril y el derrocamiento de Chávez tienen otro efecto sobre Baduel, y es que por primera vez en su carrera militar comienza a acercarse al movimiento político y partidista, a reunirse con activistas y operadores y arengar multitudes que se acercan a las alambradas de la “42 Brigada” a ofrecerle su respaldo y a reconocerle su liderazgo.


Es de estos tiempos que arranca su amistad y posible alianza con el gobernador del Estado Aragua, el exmasista Didalco Bolívar, y también con el gobernador del Estado Guárico, el excausaerrista Eduardo Manuitt, así como con dirigentes del PPT y Podemos, y con un grupo de expertos petroleros disidentes como los economistas Mieres, Mendoza Potellá, Mazhar Al Shereidah y el ingeniero, Víctor Poleo, que lo convencen para presidir un congreso de política petrolera alternativa que tiene lugar en Maracay.


Todo un líder político con amplias conexiones con las organizaciones sociales y de trabajadores, que refuerza su vasallaje cuando es nombrado en julio del 2002 comandante de la Cuarta División Blindada de Infantería también con sede en Maracay, sin duda la segunda plaza del ejército venezolano.


Desde allí opera como un tótem o cacique que ejerce la autoridad civil y militar, con amplias relaciones con los líderes sindicales y empresariales, sociales y culturales, religiosos y judiciales, y con todo el que pase por Maracay y tenga curiosidad y posibilidad de ver aquel oficial monosilábico, de escasos gestos, y fanático de Lao Tse, rodeado de altares y envuelto en fumarolas, incienso y sahumerios.


Allí lo sorprende su traslado a Caracas a mediados del 2004 y los años que pasa como Comandante General del Ejército, siempre rodeado de rumores que lo enfrentan al entonces ministro de la Defensa, general García Carneiro, al propio presidente Chávez, al general Melvín López Hidalgo, y a decenas de oficiales menores que lo denuncian o hacen correr la voz que se dirige hacia un golpe de estado a toda vela.


Cuánto hay de verdad en los rumores, en las consejas, en los informes de inteligencia nunca lo sabremos, pues otra vez Baduel vuelve a los cuarteles, se aleja de los círculos civiles, y se concentra en temas como la organización, logística, intendencia, dotación y modernización del Ejército.


También se dice que es clave en la “limpieza ideológica” de la FAN, pero también lo contrario, que se esfuerza para que la politización y la ideologización no arrasen con lo que queda de profesionalismo, disciplina e institucionalidad.


Lo que si es cierto es que de un día para otro y cuando nadie lo espera, asume el discurso chavista de la invasión extranjera, la guerra con los Estados Unidos y de la Guerra Asimétrica, temas en los que pasa a lucir como un “experto”, del mismo modo que apenas unos años antes daba gusto oírlo disertar sobre Lao Tse, Zun Tzu, y Chuang Tzu y repetir una y otra vez las oraciones del “Ánima de Juan Salazar” y de las “Siete Potencias”.


Cuanto de ello es oportunismo de aquel que recomienda Lao Tse cuando dice que “resistir es doblarse” de modo que cuando cambie la dirección del viento las cosas vuelvan a su posición original con más fuerza y poder, no lo sabremos sino después que Chávez este de nuevo literalmente en el suelo y Baduel salga, o a enterrarlo, o a levantarlo…como el 12 y 13 de abril.