5/27/2006

Gadafi aconseja a Chávez, por Manuel Malaver

“Escucha hermano, Hugo, escucha estos consejos que no vienen de un enemigo, ni de un amigo de tus enemigos, sino de un creyente y practicante de una fe cuyos mandamientos -dictados por el Dios Único a Su Profeta en el libro sagrado que perdurará por los siglos de los siglos- lo obligan, no solo a tenderle la mano a los caídos, sino a señalarles el camino a los poderosos que descarriados, pierden a los hombres, perdiéndose a sí mismos.
Por eso, hermano Hugo, cuando hace unas semanas, un mes tal vez, nuestro embajador en Caracas me comunicó que era vuestro deseo hacerme otra visita a Trípoli (la sexta, creo, y perdona que tenga la memoria tan imprecisa, pero es que los años hacen mella), pues salté de alegría, me puse a cantar y bailar y tomé manta, mizdazba y báculo y me fui a orar a la mezquita más cercana, a pedirle y agradecerle al Eterno y Misericordioso que te trajera aunque fuera en una alfombra mágica.
Porque era -¿cómo dudarlo?- que había oído mis plegarias, te había iluminado, y dirigido a esta humilde tienda de las afueras de Trípoli que ya tú conoces y sabes es una ofrenda a mis orígenes beduinos, a los tiempos, noches y lunas en que borrachos de desierto (la única borrachera que se permite un buen musulmán) los Gadafi nos deteníamos a acampar, orar, yantar y dormir.
Porque es el caso, hermano Hugo, que desde hace aproximadamente un año me llegan de Caracas noticias nada tranquilizadoras sobre la marcha del proceso que insistes en llamar “revolución”, cuando una vez te recomendé que le buscaras otro nombre, pues es un terminejo de mal agüero que se asocia al fracaso más rotundo, doloroso y terrible de cuantos ha conocido la humanidad.
Catástrofe apocalíptica, casi cósmica, que estoy convencido fue ejecutada por la mano del Omnipotente, del Piadoso, del Misericordioso, decidido un día a castigar la soberbia de quienes, usurpando su autoridad, intentaron destruir y reconstruir un mundo que no podía ser tocado sino siguiendo las pautas de su santa palabra.
Y fue ante tamaña señal que me sumergí en profundas reflexiones, que me di a meditar en la pregunta de si no llevaba años transitando la senda equivocada, siguiendo el espejismo de una liberación que, lejos de conducir a que el hombre sea más libre, más digno y más bueno, lo pierde por atajados donde, sin la ayuda de Dios, es pasto de tiranos, dictadores y criminales.
Y fue ahí donde nació el nuevo Gadafi, el hermano que humildemente no piensa en otra cosa que ofrecer el resto de los días que Alá tenga a bien concederle, a la paz, el amor, el diálogo y la reconciliación entre los hombres.
Porque es, hermano Hugo, que el odio no trae sino odio, la guerra, guerra y la sangre, sangre; y los países que toman el camino que una vez trazaron Lenin, Stalin, Mao y Castro, -y tantos equivocados que da miedo nombrar- no pueden concluir sino como concluyeron la URSS, los países de Europa del Este, China y Vietnam -y terminarán Cuba y Corea del Norte- cayéndose a pedazos, cayéndole encima a quienes los promovían y defendían y sin que nadie, ni una sola de sus víctimas, reclamara un ladrillo de entre sus ruinas.
No, hermano Hugo, no, y perdona que te hable tan doliente, tan patético y tan suplicante, pero es que estás a tiempo de devolverte, de ahorrarle amarguras infinitas a tu pueblo y a ti mismo, de escapar a que tus días acaben quién sabe cómo ni cuando, rodeado de áulicos que te aplauden por lo que tienes de reliquia, de rareza, de pieza de museo, de ejemplar de una especie extinta o en vías de extinción.
Escucha, hermano Hugo, que yo también pasé 30 años de mi vida hablando las mismas simplezas y haciendo las mismas tonterías en las que andas tú ahora: que si tratando de salvar a la humanidad, de derrotar a las grandes de potencias, de dirigir cruzadas y ejércitos que supuestamente iban a establecer el reino de Dios en la tierra.
¿Y sabes una cosa, hermano Hugo?, que ahora me doy cuenta que todo lo que yo quería era ser el rey del universo, el emperador de la galaxia, el caudillo más poderoso, el más temido y el más adorado.
O sea, que quería usurpar los títulos, poderes, y honores que están reservados al Poder por el hablamos en este momento y los pajarillos, que cantan en los bosques de los alrededores, anuncian que otra tarde ha terminado.
Y que te está hablando en este momento, hermano Hugo, te está hablando a través de mí, para que el enemigo malo no siga perdiéndote, extraviándote hacia el peor fin a que puede aspirar un ser humano: al de un anciano temido, pero odiado, despreciado y abominado”.