Los Funerales de Castro, por Manuel Malaver
Está muy de moda, no Fidel Castro, sino los preparativos para la sucesión de un caudillo que se aproxima a los 80 años y no disfruta al parecer de la salud que todos deseamos a cualquier anciano que le toca la hora de dar cuenta en instancias no terrenales de su paso por este mundo.
De ahí que tanto en medios nacionales, como internacionales, le den amplia cobertura a los funerales anticipados de una de las figuras más controversiales de la historia de la segunda mitad del siglo XX.
En consecuencia, signándola de interrogantes, de miedos, hipótesis, misterios, de todo cuanto corresponde al final de quien, habiendo detentado uno de los poderes más desmesurados y abusivos de la contemporaneidad, se presume seguirá ejerciendo algún impacto aun después de lucir la mortaja.
Pienso, sin embargo, que en lo tocante a este punto deberíamos andar con cuidado, pues personajes tan o más poderosos que Castro abandonaron la escena en circunstancias parecidas, pero sin que su deceso provocará otras reacciones que no fueran las propias de estos casos.
Citaríamos, en primer lugar, el ejemplo de José Stalin, sin duda un líder que llegó a compararse con ventajas a Pedro, el Grande y Napoleón Bonaparte, del cual se dijo plantaría tienda en la historia por los siglos de los siglos y, sin embargo, hoy es un mal recuerdo aún para quienes lo idolatraron.
Mao Tse Tung también ocupó en términos nacionales y mundiales un espacio sobredimensionado y en todo sentido superior al de Castro, e igualmente hoy día, para chinos y extranjeros que alguna vez oficiaron en sus altares, es una anécdota a la que no se refieren ni siquiera en términos piadosos.
Y aquí concluimos que es tanto el daño que promueven los autócratas revolucionarios, socialistas y totalitarios durante las decenas de años en que despotizan a un país, que una vez acaecida su muerte sus connacionales no desean otra cosa que emplear las energías que le restan en desterrarlos de su afectividad de una vez y para siempre.
Pasan a integrarlos a la nada, al vacío, a una zona muerta donde las sensaciones solo se mueven hacia el olvido.
De ahí que un Castro difunto, pero con algún arraigo en la Cuba del siglo XXI puede ser más un deseo de periodistas y analistas con cerebros democráticos, pero corazones castristas, que una realidad con la cual tenga que luchar ab infinitum el pueblo cubano.
Yo insisto en que pueden tratarse más bien de huracanes que por la destrucción tan colosal que provocan, lo que queda es sepultarlos bajo la construcción de una sociedad que no los maldecirá… porque ni eso merecen.
A este respecto es difícil predecir lo que ocurrirá con los sucesores de Castro, que si será Raúl, Pérez Roque o Carlos Lage, o si uno será más reformista o conservador que los otros, si trabajarán por continuar dándole vida artificial a un sistema que hace tiempo murió, o emprenderán políticas que de alguna manera abrirán las puertas de Cuba hacia otro destino, hacia otra realidad.
Pero, en lo que no me cabe duda es en que el pueblo cubano no estará ausente de tal desiderátum, que no va de nuevo a dejarse arrebatar su destino y que tomará la muerte del dictador como la ocasión de apostar para siempre a la libertad y la democracia.
Ocasión que no es otra cosa que sacudirse el imperio de ingenieros sociales que a nombre de reformas y revoluciones proceden a hacer letra muerta de los derechos humanos, mientras “sus” paraísos terrenales devienen en satrapías frente a las cuales no hay cobijo ni piedad.
Y aquí es donde los días finales y la sucesión de Castro tienen un mensaje muy especial para los venezolanos, que deben, no solamente contribuir a la liquidación del castrismo de afuera, sino de adentro.
Porque casos se han visto en que especies incapaces de prosperar en un habitat que devastaron, trasladan su simiente a otro, y este, pleno de recursos, es el escenario del inicio de una nueva etapa de destrucción, aniquilación y depredación.
De modo que no es menos la responsabilidad de los venezolanos que la de los cubanos en la decisión de desarraigar al castrismo de una vez y para siempre y aquí si conviene decir, como una vez asomó Martí, que unos y otros parecemos hermanados por la naturaleza y la historia para empeñar las mismas luchas por la libertad, la democracia y la justicia.
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